La transformación de un barrio popular colonial, a quizás el barrio más peligroso que tuvo Colombia hace menos de una década. “Santa Inés”, así se llamaba el antiguo barrio colonial durante el siglo XX, en el cual residían familias de renombre como los Turbay, los Rima y los Salem. Tener una casa allí significaba pertenecer a la clase media alta de la época.

 

Todo comienza con El Bogotazo, el 9 de abril de 1948, hecho que marcó la historia de Bogotá debido al asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, candidato presidencial por el Partido Liberal, y casi seguro presidente. Gaitán fue asesinado en el centro de la capital y este hecho desató manifestaciones de inconformidad, daños, vandalismo e incendios en el centro la ciudad que quedó prácticamente destruido. A raíz de esto la gente que vivía en el barrio Santa Inés, decidió irse a los barrios del norte.

La Historia oficial de la humanidad es un tapiz de textos cuyas fuentes y certezas se pierden en la nebulosa del olvido, se diluyen en la ciega afirmación a la que nos condena la repetición perenne de supuestas verdades no confirmadas, en la frágil memoria colectiva, en la poca importancia que le dan las sociedades. No se puede hablar de una ciencia histórica seria hasta la aparición de los posestructuralismos, en los años sesenta, que aportaron una base teórica y práctica para emprender nuevas miradas sobre el pasado. "El exilio de Hitler" pertenece a estas nuevas corrientes historiográficas.

El 4 de diciembre de 1986 cambió la historia del restaurante Pozzetto y de Colombia para siempre. Nunca antes un suceso de estos había sacudido nuestro país, pero la abrumadora vida de Campo Elías Delgado Morales desbordó en quizá la peor masacre de este tipo que se ha vivido en la historia colombiana. Muchas son las narraciones y crónicas que cuentan lo que pasó aquel día gris, pero ninguna se ha centrado en lo que es hoy el restaurante. Es por eso que en calidad de narrador les voy a contar mi relato de una noche en Pozzetto y las memorias que este me dejó.

 

Las historias de la vida cotidiana en las ciudades forman parte de la memoria, privada y colectiva, de un grupo social. Son historias, relatos, que hay que contar pues enriquecen la mirada al pasado y forman parte de lo que somos, por eso es bueno conocerlas. 

 

Quienes fuimos adolescentes en la década de los 80, y llegamos a vivir al norte de Bogotá, un día descubrimos que "ser Billi" era un asunto de estética y de actitud. La estética siempre atractiva, la actitud no tanto.

 

Eran otras épocas, otras condiciones de vida en la ciudad que marcaron la entrada y desarrollo de los años 80, de la mano del surgimiento de una nueva generación de jóvenes que tarde o temprano se tomó las calles, los parques, los barrios, los colegios, las discotecas, los bares, los bazares, las fiestas, los centros comerciales. Fue antes de internet, de los celulares, de los smartphones, de las redes sociales. Fuimos la generación que comenzó la ola digital que se tomó el mundo, pero éramos analógicos.

 

“Gasté mucho dinero en coches, mujeres y alcohol. El resto lo malgasté”

 

George Best, considerado por muchos el mejor futbolista norirlandés de la historia, nació el 22 de mayo de 1946 en Belfast, la capital de Irlanda del Norte y murió el 25 de noviembre de 2005 en Londres. Fue el primer hijo de seis de la familia Best Withers, y durante su infancia jugó para el equipo de la ciudad, el Cregagh Rangers Boys Club. Su vida transcurría como la de cualquier otro niño de Belfast, a los 11 años fue distinguido por méritos académicos y recibió una beca para ir a un mejor colegio. Ya en la adolescencia, con una obsesión por el fútbol bastante marcada, el ojeador del Manchester United de ese entonces, Bob Bishop, se fijó en él. Unos días después del primer contacto con el jugador, envió un telegrama al entrenador del club en el que sentenciaba: “Creo que he encontrado un genio”.

 

Hoy es viernes 27 de marzo, se cumple una semana del confinamiento en Bogotá. Las cifras de contagiados siguen subiendo en la ciudad y en toda Colombia.

 

 

Hoy es lunes 23 de marzo, día festivo en Colombia. Entre ayer y hoy han fallecido tres personas de coronavirus en Colombia. La primera víctima, reconocida, fue el señor Arnold Ricardo, quien tenía 58 años y trabajaba como taxista en Cartagena. Aunque murió hace una semana, hasta ahora han confirmado la causa.

 

Hoy es el sábado 21 de marzo. Anoche el Presidente de la República, Iván Duque, declaró cuarentena total en toda Colombia, hasta el 13 de abril. Una medida necesaria teniendo en cuenta la forma como avanza la epidemia en Europa y Estados Unidos.

 

Si dejamos de lado las cifras oficiales de China, que pueden no ser confiables, el único país del que se tiene certeza, que está controlado con éxito los contagios de la epidemia, es Corea del Sur. Día a día hay menos contagios registrados y la tasa de mortalidad es baja comparada con Europa (1,1 %)

 

Escribo este texto el jueves 19 de marzo de 2020 en Bogotá, Colombia. La pandemia del coronavirus COVID - 19 está desatada en estos momentos en el mundo. En Italia y España los contagios y las muertes están disparadas y todo indica que en curva ascendente. La situación en estos dos países es dramática por la cantidad de gente que está muriendo y porque los servicios médicos y sanitarios están saturados.

 

En Madrid los hospitales están llenos y están habilitando hoteles para llevar a los enfermos, falta equipamiento básico para atender a los afectados y muchos sanitarios se están enfermando. En Italia tienen problemas para recoger los cadáveres e incinerarlos, por la cantidad de gente que está muriendo al mismo tiempo. En China y Corea del Sur los contagios y muertes se han estabilizado, pero con un montón de infectados que no se sabe cómo van a evolucionar.

 

En este momento se sabe poco del coronavirus, no hay certeza plena de cómo actúa en los seres humanos.  ¿Qué pasará con los contagiados dentro de un año cuando, supuestamente, saldrá la vacuna? No lo sabemos. Lo único seguro es detener el contagio para evitar que colapsen los servicios médicos y ganar tiempo. 

 

“—No, doctor, salvajes no, silvestres, los animales son silvestres. Los salvajes somos nosotros.”

Jorge Ignacio Hérnandez C.

 

En Colombia a las personas que tienen el cabello rubio se les dice monos. A Jorge Ignacio, rubio y blanco, le decían “El Mono” y su nombre debería estar junto al de científicos como José Celestino Mutis o Francisco José de Caldas. Querido por muchos de sus discípulos, amigos y colegas, pero desconocido por la mayoría de colombianos, José Ignacio Hernández le dejó al país un importante legado en conocimiento y gestión ambiental.